Hidden: «el retorno de lo reprimido»


 

Por Félix Ruiz Rodríguez

El escenario del Teatro Nacional nos esperaba estático como una fotografía en sepia o una película en pausa. Una especie de invitación a entrar a una casa abandonada, con sus muebles arropados por un inmenso lienzo de plástico para conservar las pertenencias de aquella estancia. El público socializa, sin reparar en el viaje hacia el inconsciente que está por comenzar de la mano de Lali Ayguadé Company, de España.

La compañía española volvió a PRISMA—Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá, en su versión 11, para mostrarnos su pieza Hidden, última de una trilogía que reflexiona sobre la identidad.

Tras el anuncio del tercer llamado, la penumbra nos cubrió. La imagen enfrente seguía intacta. Efectivamente, era una casa/mente purgando sus vivencias, procurando abrirse paso a la consciencia: hacia un «retorno de lo reprimido», tal como lo planteó Freud en su primera teoría acerca de la constitución del aparato psíquico.

En el silencio se escuchó el ruido del plástico —quizá los bailarines ocupando sus lugares o alguien intentando remover el pasado—. Luego un hombre (Enric Ases) entró en escena y con un susurro ininteligible dio pie a una búsqueda. Dialogaba consigo mismo, como si se resistiera a enmudecer.

El intérprete removió con cuidado el inmenso manto de plástico. Progresivamente descubría los muebles, la ropa, los artefactos domésticos, las personas… y, al liberar las formas e identidades, hurgó las memorias de quienes habitaron ese hogar y forjaron la de él. Las notas sostenidas de la música de fondo nos dieron la cuota de suspenso.

«Busca, busca, busca»: había una búsqueda pendiente, insistente, que recorría momentos de alegría y de dolor, de tranquilidad y de conflicto, de oscuridad y de luz.

Los recuerdos y vivencias se nos revelaron a través de los sueños, los lapsus que invisibilizan a otras memorias, los chistes, los juegos de palabras, las interacciones fallidas, los síntomas. Pero, fundamentalmente, por las canciones o vocalizaciones multilingües ejecutadas por Joana Gomila, mientras realizaba los quehaceres de aquel hogar. Entrañable.

Habría que hacerle un reconocimiento a Fanny Thollot y a Conchita Pons por el maravilloso trabajo de composición musical y el diseño de iluminación: la atmósfera fue poética.

Diego Sinniger, Akira Yoshida y Lisard Tranis, con su manejo del trabajo de piso, movimientos sostenidos y fuertes, siempre añadiendo más información a la secuencia, nos demostraron, con maestría, que somos una obra en construcción permanente, hecha de memorias.

La danza tribal nos posicionó frente a los afanes y tendencias antagónicos, que logran cohabitar el inconsciente como «polvo debajo de los muebles»; con la intensión de definirnos o dejarnos un rastro de los recuerdos.

Ayguadé, como directora artística y como intérprete, nos regaló una obra memorable, en la que una mente encendida, cual bombilla que cuelga del techo en la oscuridad, procura rescatar las memorias que se fueron al fondo de la papelera de reciclaje de la psique. Ese lugar al cual la consciencia no tiene acceso y que parece ser un teléfono descolgado, con el que nadie podría comunicarse.

Ases, quien nos sirvió como guía por ese inframundo, finalizó en el proscenio, absorbiendo, de vuelta, esa nube/velo que obnubila los recuerdos/cuerpos, moviéndose asfixiados detrás de él, procurando salir y restituir su existencia. Un poema en movimiento.

 



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