Duelo de duetos en el Biomuseo
Hasta donde ven los ojos
Por Alejandro Schoffer Kirmayer
16 de octubre, son las 4:30 de la tarde en un domingo con nubes sonrientes, último día de la 11 edición de PRISMA—Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá. El Biomuseo presenta dos piezas para el deleite de los espectadores: Scotoma y ¿Hasta dónde?
La pieza que da inicio es la de Lisard Trans y Clementine Telesfort (España), Scotoma. Podríamos situarnos en la calle, en un parque o una plaza concurrida por personas. Los silencios nos invitan a percibirlo. Hay un banco de madera que contrasta con el paisaje del mar que ven mis ojos. Tus ojos quizás vean los rascacielos o un barco pasar por el Canal de Panamá.
Escotoma, en griego, «oscuridad», es la zona circunscrita de pérdida de visión, debida generalmente a una lesión en la retina.
Una moneda sube y baja en el aire y pasa de mano a mano, de intérprete a intérprete, y esta a veces se pierde o eso es lo que parece. Entonces me pregunto: ¿qué veo que tú no ves?, ¿qué percibes que yo no percibo? En esta pieza se rompe la cuarta pared: una leve interacción con el público, que también es parte de la pieza sin darse cuenta.
Los intérpretes, en el banco que les sirve de asiento, contemplan los pájaros negros que vuelan sobre el mar o a una mamá con su bebé o perciben el sonido de algo que quizás no escuchamos. Ella, sentada, observa lo que él no ve. Él, sentado, observa lo que ella no ve.
Acontinuación interactúan con un marco de madera, lo que sugiere que van pasando los folios de un album de fotos. O puede tratarse de un espejo, un cuadro o una nueva forma de ver las cosas. Después encuentran las monedas y las lanzan felices al aire, como al inicio, de mano en mano, y salen de la escena hasta donde ven los ojos.
La segunda pieza es una de las más esperadas en el Festival: ¿Hasta Dónde?, de España e Israel, interpretada por el director, coreógrafo y bailarín Sharon Fridman y el bailarín Arthur Bernard Bazin.
Un cuerpo tiene el control sobre el otro y a veces son el mismo cuerpo en constante equilibrio. Un minotauro, una fusión corpórea sin gravedad en la que los dos intérpretes se someten y se controlan o se ayudan sin dejar de estar en contacto físico.
La música va in crescendo y parece un vals o un tango y los dos no pueden desapegarse. Están débiles y fuertes. Yo te controlo, tú me controlas; yo te controlo, tú me controlas, y así hasta la ruptura, el desenlace, la separación, hasta donde pueden llegar los cuerpos.
«Esta obra nos acompaña en nuestra carrera. Llevamos trabajando más de 12 años juntos. Es una convivencia profunda, un vínculo que ha evolucionado», dice Sharon. «¿Hasta dónde puede llegar un concepto? Esta pieza es la consecuencia de los trabajos y experiencias de cada uno. Es un pozo para seguir, es una casa, un lugar para volver siempre», concluye.
Los dos intérpretes saludan. Los aplausos se intensifican y nuestros cuerpos contagiados perciben una buena sacudida. Los dos salen, cada uno por donde entró, y mi mirada los sigue otra vez, hasta donde ven los ojos.
Comentarios
Publicar un comentario